En el rincón más apartado de la antigua biblioteca, donde el murmullo de las hojas y el canto del viento se entrelazaban en un baile eterno, se hallaban dos almas destinadas a encontrarse. Entre tomos polvorientos y reliquias del tiempo, sus miradas se cruzaron por primera vez.
Él, un caballero de porte gallardo y semblante sereno, encontraba en sus ojos la promesa de un amor eterno. Ella, una dama de noble linaje y espíritu indomable, percibía en su mirada un refugio y una esperanza. Sus corazones, aunque distantes por las barreras del mundo, latían al unísono en una melodía secreta que solo ellos podían escuchar.
En el crepúsculo, bajo la luz tenue de las velas, intercambiaban cartas que destilaban pasión y devoción. Cada palabra escrita con esmero y delicadeza, como si sus almas se fundieran en el pergamino.
"Amada mía," escribía él, "en cada suspiro de la brisa encuentro tu esencia, y en cada rincón de mi corazón, tu nombre resuena como una dulce melodía .
Ella respondía con igual fervor,
"Querido mío, aunque la distancia nos separe, siento tu presencia en cada latido. En mis sueños, tus brazos me envuelven y me elevan hacia un cielo donde solo existe nuestro amor.
Así, entre silencios compartidos y promesas eternas, forjaron un lazo inquebrantable, una llama que ningún obstáculo podría extinguir. su amor, puro y eterno, trasciende en el tiempo y el espacio, resonando en los anales de la historia como un testimonio de la fuerza y la belleza del verdadero amor..
Los años pasaron, y la biblioteca, testigo de su amor clandestino, permaneció inalterable mientras el tiempo avanzaba. El polvo cubría los tomos que alguna vez resguardaron sus palabras, y el viento seguía susurrando secretos en los pasillos donde sus almas se encontraron.
Una tarde, cuando el sol agonizaba en el horizonte, ella regresó al rincón donde todo comenzó. Sus dedos temblorosos recorrieron los lomos de los libros, esperando, quizás, hallar un último vestigio de su historia. Y entonces, lo vio: un pergamino amarillento, olvidado entre las páginas de un volumen antiguo.
Con el corazón latiendo desbocado, lo desplegó, solo para descubrir su última carta.
"Si el destino nos ha apartado, que sepas que jamás dejé de amarte. En cada página que toques, en cada sombra que se dibuje bajo la tenue luz de esta biblioteca, aún estaré aquí, esperando."
Las palabras se desvanecían con el tiempo, como su recuerdo, como su amor… y, sin embargo, en ese instante supo que nunca estaría realmente sola. Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro, uno que se fundió con el viento, llevándose consigo la última promesa de un amor que, aunque perdido, jamás fue olvidado.
(Cosecha propia)